Sullana, Piura, Perú

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Viernes, 25 Abril 2003

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Las Capullanas
Por Dr. Juan José Vega

Origen del Tondero y su evolución

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LAS CAPULLANAS

  • Por JUAN JOSÉ VEGA

El nombre de Radio La Capullana, se inspira en las mujeres que poblaron el norte peruano y que a decir de los historiadores instituyeron el matriarcado como tipo de familia y sociedad. A continuación, el estudio enjundioso del historiador JUAN JOSÉ VEGA, titulado Dos Notas sobre el Ciclo Matriarcal en el Antiguo Perú

Tradicionalmente sólo se concebía un tipo de familia y de sociedad: el patriarcal. Era una clara concepción europea derivada del mundo bíblico y de la civilización romana. Así se creyó hasta 1860 en que Bachofen publica una obra de honda trascendencia: "El matriarcado". Sus ideas fueron a poco recogidas, perfeccionadas y divulgadas por Morgan, Spencer, Taylor y Lübbock, entre otros. 

Cayeron las tesis de que el parentesco se había registrado siempre por la vía paterna y que en tal sentido los hijos se señalaban a través del padre. Asimismo, dejó de creerse que en la más lejana antigüedad la herencia patrimonial se regulaba través del sistema patriarcal.

A partir de Bachofen, un nuevo mundo antiguo quedaba al descubierto; sociedades en las cuales no hubo pater familias. Colectividades donde, en algunos casos las mujeres llegaron a regir plenamente la sociedad y combatir como varones. Hubo también aquí etapas matriarcales. Tal el caso de las cacicas que en el Perú, recibieron el nombre de Capullanas o Tallaponas. No menos auroral de la peruanidad. Veamos algo sobre estos dos puntos.

  1. Las matriarcas Capullanas del Antiguo Perú

    Los Incas nunca llegaron a unificar plenamente el Tahunatinsuyu; Estado Imperial que abarcaba la mar de pueblos, distintos en leyes, lenguas, cultos, historia, religión y tradiciones. Con certera visión política, más bien, los gobernantes cuzqueños permitieron con frecuencia que subsistiesen costumbres pre-incaicas. Con tal que se pagara fielmente el tributo y se participase en la planificación de algunos órdenes de la economía, lo demás era librado, por lo general, al criterio de los señores locales.

    Entre las antiguas instituciones que sobrevivieron tras la expansión cuzqueña, quizás ninguna sea tan importante como el Matriarcado. Inmemorial era el gobierno de las mujeres en el viejo Perú. Fue así como en los valles costeños, especialmente en los septentrionales, auténticos regímenes ginecocráticos continuaron floreciendo bajo la égida incaica. Su rastro lo percibimos en el mito; y lo podemos contemplar también en su plenitud al momento de la incorporación de nuestro país al Occidente.

    Datos Generales.-   Leemos en la Relación de los Quipucamayos que "en la mayor parte de la costa gobernaban y mandaban las mujeres, a quienes llamaban las Tallaponas y en otras partes llamaban Capullanas. Estas eran muy respetadas, aunque habían curacas de mucho respeto. Ellos acudían a las chácaras y otros oficios, porque lo demás ordinario se remitían a las Capullanas o Tallaponas; y esta costumbre guardaban en todos los llanos de la costa como por Ley y estas Capullanas eran mujeres de los Curacas y eran las mandonas". Testimonio muy similar encontramos en el discurso anónimo sobre la Descendencia y Gobierno de los Incas, -fruto también del siglo XVI- donde se habla del régimen de las Capullanas o Tallaponas. Entre los yungas "mandaban las mujeres", se dice en ese importante documento.

    El Padre Bartolomé de las Casas, quien en muchos aspectos estuvo bien informado sobre el antiguo Perú, sostiene que entre ciertas poblaciones costeñas, -como tallanes y huancahuillcas-, "no heredaban los varones, sino las mujeres; y la señora se llamaba "Capullana". Nos dice, al igual que otros cronistas, que era común ver a los hombres hilando o tejiendo, mientras ejercían las mujeres las artes de la guerra y el estado. Y finalmente indica que "a los primos hermanos, llamaban hermanos y a los tíos, padres y a los sobrinos, hijos". dato esencial para reconstruir el sistema matriarcal de esa época.

    Tienta hablar de los esplendorosos señoríos matriarcales de Gaboimilla en el sur de Chile, de las distantes reinas preincaicas quiteñas; o de la señora Achira, que, en litoral cercano ya al Tahuantinsuyu, vieron asombrados los conquistadores: "... es señora de esta tierra una mujer y todos le obedecían y teníanla por señora" ... "viuda rica" esa sobre la cual escribieron los soldados cronistas Juan Ruiz de Arce y Diego de Trujillo; pero preferimos constreñirnos al Imperio de los Incas. Dentro de él cabe relievar  las hazañas de la cacica Quilago; cuyos hechos conocemos, aproximadamente, a través del licenciado Montesinos; narración que rechazaríamos de plano de no mediar otras informaciones que acreditan la verosimilitud de los sucesos contados. La historia es ésta:

    En las etapas finales del dominio cuzqueño, bajo Huaina Capac, se sublevó la gente del río Quispe, que gobernaba una señora llamada Quilago. Transcurrieron dos años de cruenta guerra en la cual los rebeldes resistieron bastante bien la acometividad de las huestes imperiales, a punto tal que reprochó el Inca a las tropas "como enfrenaban sus fuerzas hombres gobernados por una mujer".

    Llegó finalmente la victoria para el Cusco. El vencedor, siguiendo las leyes de la guerra, que no exceptúan las del sexo o la caballerosidad, agasajó a la vencida. Y ella aparentó agrado por las atenciones personales de Huaina Capac, señor del Mundo; a tal extremo que, fingiéndole amor lo atrajo hasta su alcoba. Una vez en las cámaras reales, la fiera Capullana, -fiera como una walkiria-, trató de arrojarlo a un oculto pozo; de lo cual se percató a tiempo el Inca, cayendo ella en el forcejeo. La narración termina indicando que, furioso, Huaina Capac hizo luego arrojar al pozo a la flor y crema de la nobleza del lugar; para escarmiento de los alzados.

    Así eran esas gobernantes; belicosas y sensuales. Cabello de Valboa cuenta de la señora de Ocoña, enemiga de los Incas. En esa comarca arequipeña, escribe, los cuzqueños  "tuvieron  sangrientas bregas, donde se mostró una mujer tan valiente y valerosa que se pudieran tener sus cosas en mucho, si no las obscureciera su incontinencia". Amaban, pues, con tanta pasión como guerreaban o cazaban. Se vivía en realidad en un pleno status poliándrico; y sobre el punto interesa oir la versión de Fray Reginaldo de Lizárraga, en lo tocante a estos señoríos femeninos en la costa norte del Antiguo Perú.

    Quienes gobernaban, dice, eran las mujeres "a quienes los nuestros llamaban capullanas por el vestido que traen y traían a manera de capuces, con que se cubren desde la garganta a los pies ... "estas capullanas eran las señoras en su infidelidad, se casaban como querían, porque, en no contentándolas el marido, le desechaban y casábanse con otro. El día de la boda el marido escogido se sentaba junto a la señora y se hacía gran fiesta de borrachera; el desechado se hallaba allí, pero arrinconado, sentado en el suelo, llorando su desventura sin que nadie le diese una sed de agua. Los novios, con grande alegría, haciendo burla del pobre". Esto en lo tocante a los esposos oficiales de turno. No es difícil calcular la conducta de las Capullanas frente a los favoritos. Y es curioso ver que lo pudoroso de su traje, tan largo y a veces negro, no mermaba sus atractivos. Por Vásquez  de Espinoza, conocemos además, que arrastraban siempre parte del vestido y que cuanto mayor era su prestancia, más grande era la vistosa cola que las adornaba.

    Estudios actuales.- Peruanas contemporáneas han mostrado interés por las matriarcas. Ella Dumbar Temple realiza en su curso universitario, una síntesis de las diversas y complejas teorías sobre matriarcado y patriarcado que han sido expuestos por numerosos tratadistas en torna al Tahunatinsuyu. María Rostworosky de Diez Canseco, en su obra sobre los curacas y las sucesiones en la costa norte, toca este apasionante problema; y nos habla de los juicios seguidos; aún en plena Colonia por la herencia de algunos curacazgos entre mujeres. Trae datos de Capullanas en Catacaos, Colán, Sechura, Menón y Narigualá. Vale la pena transcribir un párrafo de viejos papeles: "que por ser hembra no deja de suceder en el dicho cacicazgo, pues es notorio que las Capullanas usan en todas aquellas provincias, desde su antigüedad, los cacicazgos, y corre la sucesión por ellas de la misma manera que por los varones". Prueba la autora que hasta bien entrado el virreynato litigaron las Capullanas por sus fueros.

    En "Los Repartos" de Rafael Loredo, cuando se ocupa de los imnumerables repartimientos que existían en el Perú al finalizar la rebelión de Gonzalo Pizarro, vemos figurar a las Capullanas de Catacaos y de Pohechos; aunque con el nombre de Apullanas. Datos todos con los cuales es posible abordar la parte más atractiva de este asunto, que, antes, en pluma sólo de Antonio de Herrera y de Buenaventura de Salinas y Córdoba, pareció fantasía. Hasta extravagante fantasía; pero que a la luz de testimonios incontrovertibles, aceptamos como sucesos de los más curiosos de cuantos acaecieron durante la Conquista.

    Pizarro y las Capullanas.- Es en la tercera parte de la Crónica de Cieza de León, donde hallamos la más apasionante historia de las Capullanas. Transcurre en el Segundo Viaje de Francisco Pizarro. Iban los Trece del Gallo, -más sus negros esclavos y siervos indios-, bordeando costas en pos del país del oro. Habían tocado en Tumbes, donde fue bien acogido Pedro de Candia y sus acompañantes. Siguió la expedición hacia el sur, entre Amotape y el río Santa o Angashmayu. Cruzaron por comarcas donde primaban las mujeres; siendo la de Paita tal vez la capullana de mayor jerarquía. Allí se quedó de buena gana, Alonso de Molina. No consiguió reembarcarse por la bravura de las aguas; y se concertó recogerlo al retorno de la travesía hacia el sur. Renacía la leyenda del paraíso terrenal entre seres tan gentiles como los yungas consteños.

    Continuó el viaje de los audaces expedicionarios por esas tierras hasta entonces desconocidas. Más en un punto, al aparecer las velas cristianas, los indígenas, enterados por los tumbesinos de ciertas maravillas, acudieron en balsas en mucho número a fin de que se les mostrara el arcabuz, el negro, el gallo, la espada y las demás cosas. Entre esos indios yungas fue un principal quien cuenta que una Señora que estaba en aquella tierra, oídas las nuevas que de ellos se decían, sentía gran deseo de verlos y les rogaba que saltasen a la orilla y que, además, serían provistos con cuanto había menester. En realidad los creían semidioses.

    Francisco Pizarro, siempre cauteloso, declinó la invitación, pese a los valiosos obsequios enviados por la Matriarca. Anunciando a los embajadores yungas un pronto retorno, partió. Más el viento fue adverso. Barloventeando, les faltó leña, y bajaron a tomarla en Colaque; entre Tangarara (Piura) y Chimo (Trujillo). Echaron pues, anclas. A esto llegó Alonso de Molina, quien por tierra había alcanzado a sus camaradas de la expedición. Molina confirmó el increíble candor de los indígenas de la costa. El Jefe de la expedición ya no se mantuvo firme en su decisión de zarpar.

    Acordó que algunos bajaran, instado por nuevos enviados de la Capullana; quienes trajeron cinco llamas de regalo. Mandó así Pizarro que desembarcaran "cuatro españoles que fueron, Nicalas de Ribera, que es el que de todos es vivo el año que voy escribiendo lo que leéis, y Francisco de Cuéllar, Halcón y el mismo Alonso de Molina, que había quedado primero entre ellos".

    Prosigue Cieza apuntando que Halcón, atolondrado y rumboso, "llevaba puesto un escofión de oro, con gorra, medalla y vestido un jubón de terciopelo y calzas negras, y llevaba con esto ceñida su espada y puñal, de manera que tenía más maneras de soldado de Italia que de descubridor de manglares".

    Al llegar donde estaba la joven caica, ella misma les dio de beber, en medio del regocijo de los indios. A Halcón (o Falcón) "parecióle bien la cacica y echóle los ojos". Quizás fue este un tanto impetuoso en sus deseos, pues "como hubieron comido, dijo esta Señora que quería ver al Capitán y hablarle, para que saltase en tierra, pues vendría según razón, fatigado de la mar. Respondieron los cristianos que fuese en buena hora. Halcón mientras más la miraba, más perdido estaba de sus amores. Como llegaron a la nave, el capitán recibió muy bien así a ella, como a todos los indios que venían con ella". Dice Salinas y Córdoba, que "Pizarro como caballero cortés, la recibió con el sombrero en la mano, dándosela para que subiese, y ordenando un gran acompañamiento, la fue galanteando desde la popa a la proa".

    La Matriarca invitó entonces a Francisco Pizarro a una fiesta en su honor, ofreciendo cinco rehenes si fuese necesario, propuesta que, -según Cieza de León_, el jefe castellano rechazó, aceptando bajar "sin querer más rehenes que su palabra". Contenta ella, y tras recorrer intrigada todo el bajel, se volvió a tierra, "sin que Halcón apartase los ojos de ella, antes andaba dando suspiros y gemidos".

    Al día siguiente, -prosigue Cieza-, antes de que apareciese el sol, "estaban alrededor de la nave más de cincuenta balsas con muchos indios, para recibir al Capitán, y en la una venían doce principales", quienes insistieron en quedarse de rehenes en la carabela. Aceptado esto, desembarcaron. La hermosa Capullana los esperaba debajo de una gran ramada, "donde había asientos para todos los españoles juntos". Fue un festín de carnes y pescado, frutas, y chicha. Antonio de Herrera dice que "bailaron y cantaron con sus mujeres". Y quizás hasta hubo más de una unión amorosa dado el gran atractivo ejercido por los castellanos y la usual tolerancia sexual de las indias; propia de los pueblos antiguos.

    Este episodio figura por igual, en otra importantísima Relación del Antiguo Perú; la famosa Crónica Rimada; escrita por actor de los hechos. O sea por uno de los Trece del Gallo. Raúl Porras, que ha estudiado aquel rarísimo documento, confirma que los españoles, en el segundo viaje, "alcanzaron un puerto donde era señora una india que fue a ver a Pizarro a bordo de su navío", no dando, por desgracia, más información.

    De todos modos, queda en claro que hubo visita de la Capullana a la nave; y de los españoles a su dominio. La fiesta debió ser muy entusiasta y tanto la chicha deramada, que Halcón perdió la razón. Deseo quedarse y se lo exigió imperativamente a Pizarro, quien no quiso porqué el tal Halcón "era de poco juicio". Entonces gritando que esa comarca era suya, espada en mano arremetió contra los suyos, fue cuando "el piloto Bartolomé Ruiz le dio con un remo un golpe, de que cayó en el suelo". Luego le echaron una cadena al cuello. Ya en el barco lo arrojaron debajo de la cubierta. Cuentan que murió loco, no mucho tiempo después, en Panamá.

    Todos estos acontecimientos, perfectamente históricos, revelan que el matriarcado aún sobrevivía en varias formas sobre algunas comarcas del Antiguo Perú. Aunque en proceso de extinción conservaba todavía relativa vigencia. El dominio del varón no era total sobre las vastas y variadas comarcas que abarcaba el Tahuantinsuyo. Sobre ese Imperio, - abigarrado conjunto de diferentes naciones-, se aprecian, en varios rincones, los restos de las antiguas leyes matriarcales.

    Bibliografía.- Los principales sucesos de que damos cuenta pueden verse en la Tercera Parte de la Crónica de Cieza, capítulo 23 y 24; en las Décadas de Antonio de Herrera: Década II, Libro X, Capítulo VI y Década IV, libro II y Cap. VII; en el Cap. V del memorial de Salinas y Córdoba; en memorias e Historiales de Montesinos, Cap. XXVII; y en la Relación de Quipucamayos (Colección Urteaga), Gutiérrez de Santa Clara, Libro III, Diego de Trujillo, pág. 49. Juan Ruiz de Arce, Herrera, Década V, Libro VII, Cap X. Sancho, Cap. XIV.