Y el viejo montonero, empezó así
su relato:
“Ya casi era de nochecita cuando los arrieros decidieron acampar debajo
de un arbolito. Después de descargar la piara compuesta de mulos y
burros, amarraron a la bestias para que no se espantaran. Sacaron de las
talegas de fiambre los chifles (1) y se pusieron a merendar; después
sacaron las limetas y se pusieron a beber agua; finalmente, sacaron la
botella de anisado y se pusieron a cortar.
Algunos, ya acomodaban las jergas en el
suelo para acostarse a dormir y se tapaban con sus ponchos, cuando, en el
silencio de la negrísima noche, se oyó el llanto de una criatura recién
nacida.
- Ñe, ñe ñe ñeeeeé! Gritaba el
angelito.
Casi todos aguaitaron en medio de la oscurísima
noche, tratando de ver una lucecita que señalara la choza de donde salía
el llanto. Pero como el llanto se oía más cerca y más desesperado, don
Floro, el dueño de la piara, comentó:
- Yo vide que naides vivía puaquí, de
juro que algunos caminantes se han apiau cerca de nosotros-.
- Y
qué modo de gritar el churre, (2) compadre, si se despeluca el cuerpo de
oírlo -dijo uno-. Parece llanto de mal de los siete días, agregó otro.
Después siguieron conversando, diciendo
que la criatura seguramente estaba sola, pues no se oían voces ni pisadas
en la soledad del campo. Alguno opinó que se le habría caído a alguna
viajera, y no faltó quien supusiera que alguna madre desnaturalizada lo
hubiera abandonado adrede, para no desgraciarse y para verse libre del
peso del hijo.
Don Floro, hombre cristiano y comedido,
propuso que lo mejor era ir a buscar y recoger a la criatura y, sin pedir
ni esperar que otro lo acompañe, cogió su poncho y tomó el camino de
donde venía el llanto.
- Ñe, ñe, ñe, ñeeeeé! Lloraba con más
fuerza la criatura.
Parecía que aquicito nomás estaba, se
iba diciendo, mientras caminaba dándose cuenta de que se alejaba regular
distancia.
Al fin detrás de unas pencas y varas
largas de espinudos sampedros, distinguió uno como resplandor y, al
piecito, tiradito en el suelo, como acabadito de venir al mundo, se desgañitaba,
llorando a grito pelado, un varoncito.
En llegando, agarró a la criatura y con
mucho cuidado lo envolvió en su poncho, emprendiendo el camino de
regreso.
Al apretarlo contra su pecho en humano afán
de protección, reparó en que el niño ardía de fiebre.
-Angelito de Dios! comentó en voz alta.
Entonces oyó que el niño reía a
carcajadas.
Extrañado de que hiciera esto un recién
nacido, lo aguaitó por la boca del poncho, viendo horrorizado que la cara
del muchachito coloreaba como la candela, las vistas (3) le relampagueaban
y un aliento jediondísimo le salía de la boca adornada de un colmillazo
que le daba hasta el pecho, al tiempo que le decía con voz gangosa:
- !Taita, mírame el diente!
- Ave María Purísima!, exclamó el
caminante santiguándose y aventando a la criatura contra el suelo, la que
al caer, se hizo una verdadera candela, de la que salió el mismísimo
demonio, con sus cachos, con su rabo, con sus patas de cabra y despidiendo
olor a azufre.
Antes de privarse, oyó que el maligno le
decía:
- ¡Gracias a que llevas puesto el
Escapulario del Carmen no alzo contigo; si así no fuera, ya te
llevara...!
Al poco y como no volviera, los otros
arrieros salieron a buscarlo; ahí lo hallaron, casi boquiando y echando
espuma por la boca, pero bien agarradito de su Escapulario”.
_______________
(1)
Chifles – rodajas fritas de plátano verde.
(2)
Churre – niño.
(3)
Vistas – ojos.
Es
en la festividad de Todos los Santos y la de Los Fieles Difuntos, que señala
el santoral el 1° y 2 de Noviembre, respectivamente, donde el pueblo
encuentra modo de expansionar su devoción en un culto exagerado a la
memoria de los muertos.
La razón de acabarse materialmente, el fin de la carne, el
misterio de la muerte, resultan impenetrables ideas en las hurañas mentes
y forman todo un caos de supersticiones tradicionales.
Y es por esto que siempre tratan de olvidar tales temores y
misterios con mucho ruido y alcohol.
Apenas empieza octubre y ya se notan los preparativos.
Son
las compras que se hace para confeccionar coronas, ramitos y palmas, cuyo
precio varía según el material empleado en su confección. Las más
modestas son de alambre con flores de papel; siguen categoría las de
harina de pan coloreada; y las más caras de hojalata pintada y adornada
con cabezas de angelitos.
Curioso
aspecto van tomando desde entonces los mercados con estas pintorescas
coronas. Así, también, se prepara a las linternas o se compra otras
nuevas y, de no ser posible, se provee de velas.
Al
1° de Noviembre le denominan Día de los Angelitos. Amanecen en los
puestos especiales del mercado y en las dulcerías, los famosos
“angelitos”. Son estos unos dulces diminutos como símbolo de la porción
humana que es un niño.
Vamos
al mercado. Aquí están los niños y los llamados angelitos: rosquitas,
cocadas, alfajores, suspiros, manjarblanquillos...
Todos
los niños del pueblo se han dado cita en este lugar y van lo mejor
vestidos que pueden. No faltan los huerfanitos de la mano de algún
familiar.
_!Mamaaaaa!,
gime uno que se quedó rezagado. Pobrecillo, aún no le han dado los
angelitos, o se los han dado mucho; lacrimales y mucosas funcionan a
torrentes en su morena carita.
_!Arreya, muchacho!, lo anima la madre.
Un rechoncho niño que con su paso pregona que estrena zapatos, es
acariciado pon una mujer que pregunta - ¿cuántos años tienes hijito?
_!Acaba de ajustar los cinco, señora...!
_Veeeé, los mismos que mi Nativito que me se murió!. Toma, cómete
los angelitos a nombre de él!
Otro más tierno, que apenas es un envoltorio bajo la manta de su
madre, es observado por una que dice: _¿Dejuro que tuavía no ha ajustau
la dieta no?
¡Aja!, responde la otra con tono gutural.
_¿Varoncito?
_!Mujercita!
Un angelito, estilo suspiro, le es desmenuzado en su labios al recién
nacido. Luego se le entrega el resto de dulces a la madre- ¡Cómaselos,
usté señora, pa que le bajen en la leche al “churrito”, a nombre de
mijito que se murió.
Después, todos van al cementerio a “coronar”, esto es, a
llevar coronas para los muertos.
Empieza la romería de los portadores de coronas o de ramos de
flores de la confección que hemos anotado, o también naturales. Estas
ofrendas florales son colocadas en las tumbas de los niños, de los
angelitos, cuyas almas en el Cielo ya rodean y ensalzan a Dios.
Mientras tanto, los angelitos de este mundo, siguen comiendo
angelitos por todo el resto del día.
El día siguiente, el 2 de Noviembre, es el Día de las Velaciones.
Estas son las famosas velaciones.
Gente de los más remotos confines del departamento, y, a veces
desde fuera de él, ha acudido con fidelidad asombrosa de parientes a
velar a sus finados. Todos vienen trayendo coronas, linternas de kerosene
o de gasolina o de gasolina y numerosos paquetes de velas. La romería es
interminable; hay gente que pasa la noche en el cementerio. Velan en la múltiple
aceptación de la palabra siempre con los ojos abiertos y una vela
encendida en la mano.
De esta manera,
procuran permanecer el mayor tiempo posible al lado de sus muertos. En esa
oportunidad; en el cementerio, se almuerza, se llora y se recuerda. Los
recuerdos plañideros tienen una entonación especial que es la del llanto
del pueblo. Este llanto tiene diversidades musicales, con un diapasón que
tan presto sube como baja.
_!Ay, mi mamita, ya van pa tres meses que es finadita!.
_!Ay, mi compañero, que se me fue y me dejó viuda, sumiéndome en
este amargo pesar!
_!Tiotisto mi finadito Tiotisto, dejuro me estás oyendo...! Tan güeno
como eras que nunca dejaste de darme para los alimentos. Siempre que por
promesa subías a la Feria del Cautivo, te abajabas trayéndome
bocadillos, colaciones y rayaus!.
_¿Te
recuerdas, cuando pal Carmen salites de diablico! ¡!Ya no existen esos
bailes; como tí, se acabaron los diablicos...! Otro día, de zarcillos,
dormilonas me comprates... ¡Ay pero también..., que Dios te lo haiga
perdonau..., cuando te mariabas y me arriabas de patadas...!
Durante este discurso lloratorio, la voz sube muy alto con tonada
de cumanana, que eriza los cabellos; luego, baja bruscamente para tomar
impulso y empezar con nuevos bríos.
No faltan las vivanderas con sus cántaros de chicha; sus canastas
de tamales, ollas de patazca. El arroz colorao con los fritos de cebolla,
o con seco de cabrito o de chavelo.
Los panaderos con las canastas repletas de las típicas roscas de
muerto, hechas de masa de pan de huevo y adornadas con una cruz en el
centro.
Otras vivanderas ofrecen la cocada con camote y maní; miel de
chancaca con quesillo o con camotes fritos.
En la Cruz Mayor, cobijados bajo los brazos extendidos del Cristo y
como procurando hallar consuelo lloran y velan los deudos de aquellos que
descansan lejos, bajo una tierra distante.
_ Mama, y esas mujeres qué laya de corona llevan ahí?
_ Son sirvientas de las blancas que vienen con coronas de biscuí y
con linternas de caperuza a velar a sus patrones, porque las mandan a
velar. Las blancas palanganas no velan...!
Un pequeñuelo grita desesperadamente con llanto ajeno al dolor de
los mayores.
_!Ya lo ojiaron!, sentencia alguien.
La sacuden en los brazos, a tiempo que tratan de calmarlo con un ¡Buuuú!
Que le tiembla en los labios a la arrulladora.
Ensayan otro procedimiento: _¡Ve, el cueo!. _!Ahí viene el
muerto!.
Nada. Más grita la criatura. Entonces, la madre le propina
terrible palmazo que amorata más la insignia que en las nalgas lleva
nuestra raza altiva, fuerte y tenaz, pues no perdona de este lunar
cardenalicio al que tiene de indio; la madre se disculpa diciendo _!Si está
endiablau el churre!.
Pero la verdad es que, los angelitos se le han endiablado en los
intestinos, quién sabe si será el principio de una gastroenteritis.
Miremos acá un curioso litigio_ ¿Y quién se alzó la corona que
dejé aquí en la lápida de mi tiyo?. ¡Viústeso, apenas fui a campear
se llevaron la corona!.
La agraviada se echa a buscar por todo el cementerio, hasta que
reconoce en otra tumba, la desaparecida corona_ ¡Viústeso, repite,
condenando a su finau con corona robada!. ¡Ojalá que a la noche te jale
el muerto de las patas...!.
La ladrona por toda respuesta recurre al vulgar gesto de alzarse
ligeramente la pollera en la espalda, un poco más abajo de la cintura.
Llegada la noche, se toma café y se bebe anisado para matar el
miedo; mientras otros rezan, o los más valientes, hasta refieren cuentos
de penas.
Al fin termina este día, el de más sagrada recordación en
nuestro pueblo, como que durante él, todas las patronas se quedan sin
sirvientas, pues toda la servidumbre tiene que ir a velar.
Témpora es una agraciada muchacha de 16 años, nació un día de
las cuatro témporas.
_!Qué buen pelo el de la chica!.
Siguiendo la costumbre de las mujeres de su familia, se peina con
agua de carne para que le crezca más abundante el pelo. Las largas hebras
que a veces quedan en el peine son pacientemente reunidas por su abuela,
que va tejiendo con ellas una soguita para tender pañuelos.
Los días de fiesta, como todas las muchachas, se peina de pelo
suelto; pero otras veces, va con sus trenzas “al ser de cuenta que son
dos sierpes”.
Aquel día Témpora estaba sola con su abuela en la choza. Sus
padres, al igual que los churres, habían bajado al roso, pues recién
empezaba la paña de algodón.
Zapateaban dentro de la olla de barro los frejoles de palo y el
arroz con carne, mientras las llamas prisioneras entre el rústico fogón
de rieles y de piedras, parecían participar de la inquietud de la moza.
_!Camina pacá, muchacha, pa espulgarte...!, la llamó la abuela.
_!Ay, no agüela, que me acabo de peinar!
_!Sos una pretenciosa, te pueden caer piojos y después se te horquía
tuito el pelo y...
No pudo terminar la anciana, porque una blanca piedrita cayó
escandalosamente encima de la olleta (1) de hervir el café.
_¿Quién tira?
_¡Zas!, otra piedrita.
_!Ve la lisura, ora van a ver...!
_¡Zas!, otra piedrita, esta vez justo en la pollera de la moza.
Indignada la anciana avanzó amenazadoramente hacia la nieta: _¡Ti
te has conchabau con algún mozo...!. Ora que venga tu taita le vua
contar...!
Temblorosa la muchacha se disculpó jurando _¡Por Dios mama que
naides me ha...
_¡Pum! Como imponiendo silencio cayó otra piedra, esta vez del
tamaño de la de moler ajos.
_!Ay, Taitita Dios, ánimas benditas!. Aquí, ahora la sueñan a
uno a pedradas, exclamaron las dos mujeres abrazándose para protegerse.
Presas del susto aún estaban cuando los otros llegaron de las
faenas del campo. Al verles la cara, preguntó el padre _¿Qui hay?.
Después de oír la historia, salieron armados de leños a
registrar los contornos. No encontrando novedades, volvieron, haciendo
esta reflexión el padre: _!Dejuro que es algún fulano belitre por dárselas
de chistoso!.
Durante dos días seguidos se repitió esta escena, optándose,
entonces por llevar a la moza al campo.
Mas, cuando llegaron a este lugar, y a la misma hora de todos los días
del suceso los que estaban cerca de Témpora notaron que caían piedritas
cerca de ella.
_¡De allá vienen, de ese algarrobo...! buscaron y no hallaron
nada.
_¡De allá caen, de
ese zapote...!
Esta vez, Témpora que iba a la cabeza del grupo, con expresión
horrorizada, contempló la copa del árbol, y lanzando un grito espantoso,
cayó a tierra privada del conocimiento.
Gran revuelo se armó entonces. Todos los vecinos de las chacras se
acercaron corriendo al oír los gritos que daban los que atendían a Témpora.
_¡Ventéyenla...!
_¡Aflójenle la cotilla!
_!Denle agua...!
Vuelta en sí la asustada muchacha, abrió los ojos paseando la
mirada y al fijarla en un punto, empezó a temblar, tapándose la cara
cual si hubiera horrible visión.
Le va a dar ataque...
_¡No, explicó la madre, ella no es picada del aire!
_¡Ahitá, ahitá, gritaba temblando la muchacha.
_¿Quién...
_¡Uno..., churrito..., sombrerón..., que se da vueltas como
trompo...
_¡No ven!, se miraron, como corroborando sus pensamientos, al ver
realizado lo que presentían: -¡El Duende!.
______________
A partir de este día empezaron los comentarios, acompañados de
consejos, curiosas panaceas y exorcismos para curar a la moza y espantar
al duende que continuaba haciendo su aparición, sólo ante los ojos de su
elegida Témpora, la del buen pelo largo.
_¡Dicen que el duende se ha anemorau de la Témpora...!
_¿Qué andará mora?.
_¡No, es puel pelo; el duende se anemora de las moñonas!
_¡Pues, que le corten la pelúcula!
_¡Qué va a querer su taita...!
A veces es un niño que pregunta: _¡Mama, ¿y qué es el duende?
_Crudamente la madre lo instruye: _¡Son las almas de los albortos,
que los han enterrau sin echarle el agua!.
_¿Qué laya de agua, mama?. ¿Del río o de la laguna?.
_¡Estúcpido, agua de la Iglesia, de esa de la pila de agua
bendita...!
_¿Cómo?, exige el niño.
_¡Es que los duendes no han sido bautizaus, los han enterrau
moros...!
_____________
Un día llegó Don Culeco, el curandero más “curioso” del
lugar.
_¿Cómo anda la Témpora, don Meche?, entró saludando.
_Ahitá bien maluca, don Culeco; cada día está más pior... Sobre
todo, a eso de la oración, me se pone tuita engerida y no quiere
merendar...Me se está secando mija, suspiraba casi llorando el bueno de
don Meche.
_¡Usted sabe, don Meche, que yo he andau hartísimo y que juí
hasta la Guaringas (2) a estudiar la ciencia...!
_¡Así es, don Culeco, por eso todos lo estimamos puacá!. Yo, con
mi compañera ya habíamos pensau llamarlo; pero..., la mayor..., la mama
de mi mujer, no cree en estas cosas, se crió en la casa de la finada niña
Margarita.
¡_Ptsss! Silbó despectivamente el curandero. Pero, usté, ¿no ve
a las ñetas de la finada que en veces vienen con el pretexto de alzarse
un chivito de leche de la hacienda, se dan su brinco acá a mi choza pa
que yo les juegue las cartas?.
Evitando comprometerse, don Meche respondió el enigmático_ ¡Quién
sabe, señor!. Pero, al fin, después de más plática y por muy poco
dinero, don Culeco se comprometió a librar a Témpora del tormento de
verse perseguida por el duende.
El remedio, bastante común en nuestro folklore, consistía en
untar el bello rostro de la muchacha con algo muy repugnante.
_¡Velay, como el duende es muy asquiento...!
Pero no hubo tiempo de proceder así.
_Juuiiiiiiií,! Se oyó un silbido muy agudo.
_ Ahi viene, ahi viene!, empezó a lamentarse la muchacha.
_¡Traigan la agua bendita, pedía a gritos la docta abuela.
_¡Todavía no la ha traído Timolón que se jué al pueblo!.
Como una burla, el pícaro duende, en vez de piedras, hoy arrojó
agua.
_Guauuuuuuu!, aulló el perro.
_¡Totototó, viringo!. (3) ¡Cújele, cújele, cújele!.
_¡Tráiganme una “en dispense usté”, pidió desesperadamente
don Culeco.
Traído el extraño continente con su contenido, fue puesto
sigilosamente frente a Témpora.
_¡Fuche, don Culeco!
_¡Tate quieta, muchacha, no te muevas de allí!.
_¡Ay, no, don Culeco y si me empuña el duende?.
_¡No seas ardilosa, el duende no es atrevido!.
Quieta se estuvo la Témpora. Quieta pareció quedarse la
naturaleza en aquel anochecer.
Hasta los “cololos” (4) en la laguna dejaron de decir ¡cololololó!.
Y en ese silencio, se oyó una voz gangosa
que decía:
_¡Tan cochina...!, ya no te voy a querer...!
___________________
(1)
Olleta, jarra de hojalata.
(2)
Guaringas, laguna de Huancabamba
(3)
Viringo, perro negro sin pelos.
(4)
Cololos, sapos.
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