Sullana, Piura, Perú

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Viernes, 25 Abril 2003

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Album de Estampas
 

Las Capullanas
Por Dr. Juan José Vega

Origen del Tondero y su evolución

Tradiciones y costumbres de Sullana, en estampas de Lola Cruz de Acha "La Capullana"

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“La pezpita”

             ¡Varay, muchacha! ¿Y con esa cara está tuavía haciendo pasar hambre a tu pobre madre, que a duras penas puede con la plancha?_

            Así la vieja Felipa, desde el umbral de la humilde vivienda se dirigía a Panchita, la linda hija de doña Paula. Al hablar, el solitario incisivo que le quedaba, se balanceaba, amenazando correr la suerte de los que fueron sus compañeros.

            El travieso Dominguito de siete años, infantilmente, advirtió.

            _¡Ña Jelipa, nuable tanto que se le va quer la muela!_

            La vieja Cristina, dándole un coscorrón, siguió con su diabólica charla, la dueña de casa, doña Paula, ya acostumbrada a escucharla, continuaba en una de las fases de su tarea de lavandera. A intervalos llevábase a la boca un tarrito con agua, que devolvía en rocío sobre la ropa almidonada y ya lista para planchar.

            _Pero Paula, ¡ti pareces sorda y no haces nada por salir de la pobreza!_

La aludida contestó humildemente _¡Qué más con mi trabajo de sol a sol!...

            _¡Trabajar! Pero con esta moza, que a pezpita (1) naides le gana, no te imaginas los buenos cigarros que nos podremos fumar! Hagamos unas chichitas y la ponemos de privadora.

            La mansedumbre de doña Paula pareció alterarse antes tales sugerencias: _¡Eso sí que no, ña Jelipa; yo no soy de chichas! ¡Si mi finadito esposo viviera...!_

            _¡Bah, yo también...cuando vivía el hombre por quien subsistía...! ¡La mala suerte que se me murieron todas las hijas: siete se llevó la bubónica el año quince y, la virgüela las otras cinco el cuarentaiocho...!Terminó gimoteando y restregando sus resecos ojos en la ceniza pollera.

            La Felipa, de edad avanzada, era sólo en el mundo Compasiva, doña Paula, había aceptado casi con respeto que visitara su modesto hogar llegando con el tiempo a ejercer influencia en el mismo hasta convertirse, en la actualidad, en consejera de la familia. Por este motivo, ganó doña Felipa.

            Después de acordar que doña Felipa haría sus chichas, accedió doña Paula a prestarle a la hija para que le ayudara en las ventas, iniciándose así la muchacha en el difícil y lucrativo trabajo de “privadora”.

            De la chichería no puede decirse exactamente que sea un lugar de inmoralidad, pero sí un lugar peligroso. La “privadora”, muy hábil en burlar a los audaces galanes, es protegida por las miradas de la madre o de las otras mayores, concretándose a que los parroquianos gasten su dinero en el consumo de la chicha: pero procurando no marearse ella por que si no..., de privadora pasa a ser privada...

            Bajo el influjo de los encantos de la “privadora” que se esfuma y de los vapores de la chicha, los parroquianos quedan prácticamente, privados del sentido.

            Fácil es comprender el peligro que entraña para las muchachas honestas tan atrevido oficio.

            Pero Pancha, con su gracia y coquetería criolla era la audaz y ágil pezpita que sabía defenderse. Su especialidad consistía en atender a “blancos” y a forasteros. Pero... “tanto va el cántaro a la fuente”, cabe aquí decir, “a la chichería...que...”

                                                _____________

            Los preparativos para los carnavales estaban en su apogeo, cuando llegó con mucha sed, un grupo de jóvenes forasteros. Con sus camisas de colorines y sus cabellos que parecían reclamar peluquero, formaban una pandilla muy vistos. Por ser muy generosos y resistentes al claro fueron aceptados con regocijo siendo cariñosamente apodados “los moñones”.

            Un día el moñón jefe propuso lanzar la candidatura de Pancha a un reinado de carnaval, inmediatamente formó y presidió un comité carnavalero al que puso por nombre “La Pezpitería”.

            Acompañada de otras alegres chicas del barrio, invadió Pancha los parques, bares y calle del centro de la ciudad vendiendo, personalmente los votos para su reinado. Estos tenían tan sólo un sello que decía “Vote Ud. por la Srta..............” y, en esa serie de puntos se escribía el nombre de la candidata auspiciada por el Comité de La Pezpitería.

            Las cantidades de dinero reunidas se entregaban al moñón quien aseguraba emplearlas en adquirir más votos ante la Comisión de Carnaval. Era tal la alegría que a nadie se le ocurrió comprobar la inscripción de esta candidata. En la calle, vendiendo votos y en la casa, vendiendo chicha, el tiempo que quedaba era poco para bailar.

            A sugerencia de los moñones, la chichería desapareció, para improvisarse en su lugar, un “salón de baile”.

            Como los moñones exigían mayores cantidades de dinero para el triunfo de la candidata se solicitó la colaboración de numerosos admiradores lugareños, quienes no escatimaron en pellizcar de su modesto salario unos soles para incrementar las arcas del susodicho comité.

            Fue así, como invadió el barrio una ola de fiestas, que de jaranas, degeneraron en orgías. Los audaces y discutidos bailes modernos fueron grotescamente imitados y, en ese ambiente la Panchita dejó de ser honesta, mereciendo desde entonces, y en verdad, el apodo de pezpita.

            Como se aproximara el Carnaval y los diarios no informaran sobre esta candidatura, el moñón que parecía el jefe fue interrogado al respecto contestando con cinismo: _¡Ah, es que es un reinado de sorpresa! ¡El lunes sale en el diario “El Norte”.

            Pasó el lunes. Y el lunes y martes de carnaval también. Y, el miércoles de ceniza, Panchita coronada con la ceniza de sus pecados en la frente quedó sola con su madre en el vacío “salón de baile”.

            La madre y la hija profundamente avergonzadas no se atrevieron a denunciar a la banda de pillos de los cuales nunca más se volvió a ver ni uno solo de los pelos de sus moños.

            Para la Felipa no era una contrariedad verlas apenadas por este primer “trompiezo” de la muchacha. Volvió con su antigua “lapa” (2) a vender frutas por las calles y también al río a lavar ropa. Su estampa es muy familiar en el Chira: el agua a medio cuerpo, éste semicubierto por un largo camisón que le cubre desde la cintura hasta los pies mientras arriba y ajenos al pudor, sus flácidos pechos penden sobre su vientre cual viejas calcetas.

            Panchita ahora con un niño en los brazos fruto de sus “pezpiterías” va de puerta en puerta mendigando un destino de sirvienta.

            Las patronas, ciegas ante su tragedia de madre pobre y desengañada, sólo ven un estorbo en la presencia de ese niño que, prematuramente lleva mucha tristeza en los ojos y, cierran las puertas con indiferencia:_

            _¡No queremos sirvienta con hijo!.

            Muy cansada continúa Panchita arrastrando sus gastados zapatos. Con un brazo ciñe cariñosamente al niño, mientras que con la otra mano aprieta un modesto monedero de plástico que contiene unas pocas monedas y un arrugado certificado de nacimiento de un niño de padre desconocido.

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(1)   Pezpita – muchacha inquieta y muy movida.

(2)   Lapa. Mitad de calabazo redondo y amplio.

 “Edelmira Torracas, etc.

 

            Frente a su vieja libretita de cuentas, la señorita Tusa quedó, tras su sorpresa, pensativa. Eran todos sus ahorros, guardados en efectivo en un oculto cajón del mostrador y la cajuela de sus “prendas”, lo que se había llevado el mozo, el indio, “patas de adobe”.

            _¡Ingrato, desgraciado!_ Mas, no era el calor de la cólera lo que invadía su corazón, sino el frío del temor que casi la helaba, al pensar en su soledad y en la suerte que podía correr el mozo a quien ahora ya tarde se daba cuenta, quería como a un hijo.

            Empezó a recordar: Ella, la señorita Edelmira Torracas, emparentada con las más distinguidas familias del lugar, aunque se lo raspen con una tusa... De sesentaicinco años de edad, huérfana de padre y madre, había sabido sobrellevar la vida con decoro, conservando la pequeña fortuna de su patrimonio y, lo que al referirse a su doncellez llamaba con amoroso orgullo, “su alhaja mayor”...

            ¡Qué bien le había ido siempre en la tiendita vendiendo kerosene, arroz, leña, maíz, café molido, jabón...! ¡Y su decena de alumnos, a quienes enseñaba Catecismo y a leer en el libro de Mantilla, le dejaban buenos reales que le ayudaban a vivir!

            Cabeceándose con el rosario en la mano, estaba en una silla tras la puerta y, de paso, atisbando lo que pasaba en el barrio, cuando oyó una triste voz que pedía.

            _¡Un cuartillo de pan con aceitunas!_

            ¡Patente recordó que así llegara la serrana aquella noche! Pagó con dos oxidados “centavos gordos” y un “cachito” (1) que en total hacían medio. La serrana, luego de devorar los tres panes y las dos aceitunas correspondientes a su compra, dijo con un hilo de voz _¡niñita, por el amor de Dios, déme una posadita!_

            Todavía resonaban en sus oídos las Obras de Misericordia, siete corporales y siete espirituales, que toda la tarde a gritos estudiara uno de sus alumnos.

            En un momento de debilidad le indicó a la mujer _¡Acomódate en el corral, junto a ese rimero de leña!

            Esto fue todo lo que habló con la infeliz. Al día siguiente la halló tiesa, muerta desde quién sabe qué horas. Un hediendo niño como de seis meses de nacido lloraba prendido en el pecho de la muerta.

            Quién era la mujer ni cuál su nombre nadie pudo averiguar, habiéndosele enterrado anónimamente en la fosa de los humildes.

            Del niño, ni siquiera sabían si estaba bautizado o no. Por precaución, personalmente ella, la señorita Edelmira Torracas, emparentada con las más distinguidas del lugar, ¡aunque se lo raspen con una tusa!, le “echó el agua”.

            Con una botella vacía Thimolina y un chupón “teta de vaca” improvisó el biberón para el huérfano, llenándolo con leche de cabra e infusión de hoja de naranja.

            Fue así como se vio obligada a recoger a la criatura, exponiendo su honor a las habladurías; pues, no faltaron malas lenguas que la achacaron haber convivido con el mismo diablo y haber dado a luz por este motivo un muchacho de seis meses de nacido. ¡Qué no hubieran dicho si lo hubiera adoptado legalmente como hijo y dado su apellido! ¡Ah, la ignorancia de las gentes! ¡Cuando muera ella, la señorita Edelmira Torracas, emparentada con las más distinguidas familias del lugar, ¡aunque se lo raspen con una tusa!, en honor de su virtud tendría que ser enterrada de “palma y corona”!

                                    _____________

 

            Al día siguiente la señorita Tusa no abrió la tienda ni cocinó.

            Sentada en su poltrona, con la espalda doblada, más que por los años, por el sufrimiento, continuaba recordando al fugitivo “indio patas de adobe”. Así le llamó siempre y él por ese nombre entendió. Nunca gustó del estudio, sino de la calle, campeonando siempre en los juegos de los trompos, boleros y en todas las diversiones de los palomillas.

            ¿Qué fue del carácter de ella, la señorita Edelmira Torracas, etc., que no tuvo energía para enseñarle como a sus otros alumnos, que repasaron hasta el Mantilla N° 02?

            ¿Qué oficio le había dado al muchacho? Este mes haría veinte años que llegó, debiendo ser ésta la edad que tendría actualmente.

            ¡Ay, dominada por prejuicios, había atado su noble corazón impidiéndole desbordar su ternura sobre ese desamparado niño, a quien permitió crecer a su lado en abandono casi animal! No daría parte a la justicia ni lo haría perseguir, ella, la señorita Edelmira Torracas etc., era la única culpable de que ese muchacho terminara en ladrón.

            _¡Pum, pum, pum!_ golpeaban la puerta de cuando en cuando sus clientes o alumnos. Sin molestarse en abrir, contestaba desde adentro en tono airado:_¡No hay!_, siendo tal respuesta suficiente para que, quien fuera el que llamara, comprendiera que no había venta ni escuela.

            _¡Pum, pum, pum!_ seguían esta vez los golpes con más energía y acompañados de gritos y sollozos.

            Pese a la mortificación que sentía por el dolor ajeno, se dejó vencer por la curiosidad y abrió la puerta.

            Como un torbellino entró una muchacha exclamando sin resuello: _¡Srta. Tusa. Srta. Tusa! ¡Ya lo midieron, ya lo pesaron, ya lo pulsaron, ya lo pelaron!_ el dolor de las exclamaciones iba subiendo de tono, siendo de imaginarse al oír la última, a un desgraciado ser desollado en vida.

            La Srta. Tusa tuvo un doloroso presentimiento._¡Se llevaron al muchacho de soldado!_. Entrecortadamente, la muchacha explicó: _Yo, con Patas de Adobe el que usté ha criau, nos íbamos huyendo pa los “asientos”, (2) cuando, al pasar por Amotape, subieron al camión dos guardias que andaban empuñando gente. Se agarraron a Patas de Adobe y no lo quisieron soltar porque no tiene “papeles”. Yo lloré juertísimo, pero naides me hizo caso y, hasta Patas de Adobe, que oía agachau la conversa de los guardias, redepente se vino ponde mí y me dijo calladito: _¡Regrésate, Lorenza, y ándate donde la señorita que me ha criau y entrégale esta cajuela con esta alforja. Dile que yo, me voy al Ejército a hacerme hombre, pa que cuando regrese me perdone..._Después los guardias me botaron diciendo que no querían “rabonas” y, cuando llegué al puesto me dijeron que ya se lo habían llevado a Tumbes._

            Muy conmovida estaba la Sra. Tusa por el relato y por haber recuperado sus alhajas y su dinero; mientras guardaba todo, mentalmente oró e hizo un voto_ ¡Santísima Virgen, que vuelva José (recién le daba su nombre), le daré mi apellido, lo haré mi heredero y lo ayudaré a hacerse un hombre de respeto!._

            Luego acordó con los padres de la muchacha para que le dejaran a su servicio, prometiendo, si José volvía arreglar las cosas como Dios manda.

                                                _____________

 

            No fueron dos, sino cuatro los años que pasaron.

            En su poltrona la señorita Tusa se mecía suavemente, desgranando las gastadas cuentas de su rosario y, como siempre, cabeceándose de sueño. Una aterciopelada voz llamó a su lado_ ¡Niña Edelmira! ¡Niña Edelmirita!

            Con los ojos cerrados sonrió beatíficamente: Ella la señorita Edelmira Torracas, emparentada con las más distinguidas familias del lugar, ¡aunque se lo raspen con una tusa!, en honor de su virtud, siempre pensó que los ángeles la visitaran...

            _¡Niña Edelmira!_ seguía llamando la dulce voz.

            ...Sólo los ángeles se les ocurría llamarla por su nombre, para todos los terrenales era la señorita Tusa...

            Con un desparpajo,  digno de aquella Ángela Carranza que cuenta Don Ricardo Palma en sus Tradiciones, se decidió a abrir los ojos y entablar conversación con la celestial visión.

            Frente a la señorita Tusa, estaba José, luciendo airosa cristina y galones de cabo, cuadrado, en posición de firme. Sus “patas de adobe”, ahora estaban calzadas por fuertes zapatos, brillantes polainas cubrían sus piernas. Un limpio uniforme vestía su cuerpo, terciado en un hombro por una frazada de lona de color plomo con franjas rojas. Del otro lado del pecho, dorada medalla con cinta de bicolor nacional, señalaba orgullosamente su calidad de licenciado del Ejército.

            _¡Patas de Adobe!_ al fin pudo hablar. _¡José hijo mío!_ continuó, corrigiéndose y abriendo los brazos como lo haría una verdadera madre a la vuelta del hijo perdido. “Patas de Adobe”, dejando su maleta en el suelo, de rodillas hundió la cabeza en esos brazos.

                                                ______________

            Pasada la emoción de la vuelta de José, muy de mañana la Srta. Tusa, después de haber oído su acostumbrada misa diaria, sorbía su tazón de “chocolate de bola” con rosquitas remojadas. La Lorenza, muy diligente, traía de la cocina un apetitoso “majau de plátanos”.

            _¡Sirve café bien cargadito a José!_ ordenaba cariñosamente la señorita Tusa._Bastante café aguau te habrán dado en el ejército. Pobrecito, ¡cuánto habrás sufrido¡ ¡Cuánto te habrán pegado los capitanes!

            Sorprendido José, replicó con orgullo a la anciana: _¡Niña Edelmira, en el ejército lo tratan a uno bien! ¡Le dan buen café con leche en el desayuno...! ¡Buenas presas en las comidas...! ¡Ahí no le pegan a uno...! ¡La disciplina es bien fuerte, pero necesaria para hacernos ciudadanos valientes y dignos defensores de la Patria!.

            Con admiración la anciana oía este nuevo lenguaje de José.

            Creyó conveniente comunicarle algunos de sus propósitos:

            _José, ¡ya no me digas niña sino “mamita”, porque te voy a hacer inscribir en el Registro Civil como hijo adoptivo mío... y que tengas tus papeles como todo hombre!_

            Un tanto avergonzado, José puso ante la Srta. Tusa sus flamantes papeles de ciudadano: “José Longines Torracas”.

            _¡Qué casualidad. “José”_ exclamó feliz la Srta. Tusa, dirigiendo su devota y agradecida mirada a la “mesita de los santos”. Luego al ver el apellido de ella, la Srta. Edelmira Torracas, etc. junto al paterno Longines, preguntó ruborosa y preocupada, señalando con un dedo en el papel...

            Moderando su risa y con discreción y respeto José explicó que, en el cuartel todos le llamaban cariñosamente Longines, por su exacta noción del tiempo, al saber la hora sin consultar reloj en cualquier momento y lugar.

            _¡Menos mal que es un reloj_! suspiró aliviada la Srta. Tusa, desalojando al rubor de sus mejillas.

            Luego, José contó cómo sus jefes muy comprensivos pos su situación, le habían ayudado durante toda su permanencia en el cuartel, enseñándole a leer y escribir correctamente, además del oficio de chofer, con el que podía desempeñarse en la vida; y que al salir, como a todos los que lo hacían después de servir en el Ejército, le entregaron sus documentos personales.

            Ingenuamente, la señorita Tusa le interrumpió_¡Ay, hijo José, también te quiero hacer bautizar por el Señor Cura¡_

            _¡Pero niña o diré, mamita Edelmira, ¿no se ha fijado usted que aquí también está mi fe de bautismo? ¿El Ejército no sólo cuida del cuerpo de los soldados, sino que también se ocupa de su situación moral, de su alma! Después de oír mi primera confesión, el señor Capellán, me dijo que por la situación vagabunda de mi madre, era seguro que yo estaba moro, y me bautizaron en la Iglesia de Tumbes. He comulgado varias veces al igual que la tropa y también he sido confirmado; como usted ve, tengo todos los sacramentos..._

            _¡Todavía falta uno muy importante!_

            Ambos sonrientes miraron a la Lorenza, que comprendiendo, bajó la mirada y suspiró. Al poco tiempo la señorita Tusa pudo cumplir con el voto ofrecido.

            Al irse un día donde un tinterillo a consultar sobre la adopción de José, fue aconsejada por éste a cambiar de rumbo donde un abogado.

            Ahora celebra feliz, con muchas amistades el matrimonio de su hijo adoptivo, con la humilde y buena Lorenza.

            Bastante “picadita” por los continuos brindis y con un vaso en la mano, la Srta. Tusa se pone de pie y, enfáticamente pronuncia, golpeándose el pecho de aludir a su persona _¡Brindo por la felicidad de mi hijo adoptivo, José Longines Torracas; yo, la señorita Tusa, emparentada con las más distinguidas familias del lugar, ¡aunque se lo raspen con una tusa...!_ termina con una cómica patadita en el suelo.

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(1)   Cachito – centavo partido.

(2)   Asientos – asientos petrolíferos: Talara, etc.

 Cuando se mata un “coche”

 

            El silencio de las cinco de la madrugada fue interrumpido por los berridos del chancho, que tirado en el suelo, las patas amarradas con sogas, parecía protestar de su cercana inmolación.

            _¡Amárrale bien la trompa, te vaya a morder el coche, que está bien bravo!

            El matarife, con un certero golpe en la cabeza silenció al animal. Luego, con una rodilla sobre el atado de patas y un pie sobre la cabeza del mismo, procedió a consumar el clandestino sacrifico.

            _¡La olla con sal para recibir la sangre!_ Ordenó doña Beneda, alias pelota, la dueña del chancho.

            Como ya la luz del sol empezara a soñorear sobre las casas, fueron llegando otras personas para ayudar en los diversos menesteres que reclama esta industria casera.

            _¡La lata de agua hirviendo, rápido, antes que se endure el coche! reclamó don Chabaco, el matancero.

            Doña Beneda Pelota sacaba el agua hirviendo con un “guas” (1) y cuidadosamente lo vaciaba sobre el chancho, al mismo tiempo que Chabaco pasaba su afilada navaja afeitando las cerdas del animal.

            _¡Braulio!, llamó a uno que esperaba órdenes, dame una manito para poner el coche en el “tabanco” (2), que ya lo vamos a abrir.

            Ambos levantando el pesado animal, coordinaron sus fuerzas y voces gritando “¿qué dijo?”. Luego con pocos hachazos le fue separada la cabeza del cuerpo.

            _¡Malayita pa una patazca o un “cupús”(3).

            Enseguida Chabaco empezó a abrir al animal. Corazón asadura, mondongo... todo fue sacado.

            _Echale los bofes y el “guareche” (4) a los perros! ¡Lava pronto las tripas, no sea que se amarguen y malogren las salchichas!.

            _¡Doña Beneda, regáleme la vejiga para hacer una pelota!_ pidió con inocencia un niño.

            Indignada, doña Beneda al oír su apodo, le arrojó la vejiga que reventó derramando su líquido sobre la cabeza del pequeño._ ¡Toma, tu madre será pelota!

            Chabaco, en su tarea de matarife, quitaba en tiras el cuero al chancho, el sabroso pellejito tan usado en guisos criollos. Luego los lomos, brazos y piernas, para los horneados y jamones. El espinazo y las costillas para la carne con hueso. Todo esto y, siempre apartando la gordura que, colocada en otra mesa, estaba destinada a convertirse en manteca, lo más lucrativo del negocio y, el resto de pedazos fritos, en chicharrones.

            La Beneda y una comedida vecina, preparaban las tripas rellenas. Cebolla verde, culantro, hierba buena, ajíes con pepa, todo mezclado con la sangre, iba siendo embutido en fracciones de intestino grueso que, luego de ser anudados en ambos extremos con tiras de “pasaya” (5) terminaban su preparación en una olla de agua hirviendo.

            Tambaleante por su peso, el calor y el trabajo, pasó la Beneda a preparar las salchichas. Varas de intestino delgado, fueron embutidas esta vez, con carne picada y furiosamente aliñada con orégano, cominos y achote molido.

            _¡Ahí viene don Catrochas!_

            El así nombrado, tan voluminoso como su compañera, doña Beneda, con el desaliño propio del borracho y haragán, trataba con expresión de bobo de disimular su tardanza en acudir a los menesteres.

            La Beneda, los brazos puestos en jarras, le esperó a su conviviente.

            _¡Candíl de la calle, oscuridad de tu casa que ocupas corral ajeno pa no alimentar a los coches...

            La explicación de este alegórico discurso fue interrumpido por algunas chicheras que llegaban a comprar.

            Las compradoras con gritería confusa solicitaban. En medio de esta algarabía, se destacaban chillones pedidos.

            _¡Tres libras de pulpa!_

             _¡Un costillar!_

            _¡Dos varas de salchicha!_

            _¡Véndame chicharrones!_

            _¡A mi, rellenas, rellenas!_

            _¡Una libra de manteca!_

            _¡No, ésa la vendo por latas!_

            Desde el tabanco, la cabeza parecía reírse con expresión traviesa mostrando la lengua apretada entre sus feos dientes; los ojos, en contraste con la risa, muy abiertos y atónitos parecían interrogar su incomprensión animal ante la muerte.

            _¡Para mí la cabeza!_

            _¡Cométela con sesos y todo!_

            _¡Che! ¡Gua!, ¿Querrá que me ponga ruda?_

            _¡Péseme esa piernita!_

            _¡No, está separada para un blanca!_

            _¡Adulona!_

            _¡Chepa!_ llamó la Beneda a su hija de ocho años.

            _¡Mande, mamita!_

            _¿Fites a avisar a las blancas?_

            _¡Sí, mamita!_

            _¿Qué les dijistes? A ver repite._

            La chiquilla parándose formalmente, repitió como una lección que se sabía tan de corrido, que ni aire tomaba para hablar.

            _Primero, fui donde la niña Dorita y le dije: “Manda a decir mi mamita que tenga muy buenos días, que la manda a saludar, que cómo está usté, que cómo está el señor, que cómo están los niños y que mañana va a matar un coche”_

            _¡Grandazo y gordo ha sido el coche, como doña Beneda!

            La dueña del negocio le lanzó el hacha que, milagrosamente logró esquivar la otra.

            _Si no se agacha, el hacha la despacha, trató de versificar Catrochas.

_¡Pelota de cera!_ alcanzó a gritar la otra desde la puerta de calle.

            La Beneda al mirar su figura llena de manteca y mugre, como asociándola como una idea buscó con la mirada y, al ver un trapo negro cerca del perol de cobre en que freía los chicharrones, exclamó con sentimiento:

            _¡Ay, mi manta de vapor, todita me la han pringau!

            _¡Dénle a probar a la embarazada!

            _¡No coma coche, la vaya a dar el “accidente”!_

            _Dice el panadero que le venda el conchito de la manteca que han soltau los chicharrones, para las “cachangas”. (6).

            _¿Y el chicharrón? ¿Le irá a poner de perro?

            _Dice que le venda dos libras.

            Al fin, doña Beneda hizo un alto en las tareas, despidiendo a todos:

_¡Calabaza, calabaza, cada uno a su casa!_

Luego ordenó con expresión fiera _¡Tapen la puerta!

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(1)   – Tarro de hojalata, que unido a un palo sirva para sacar chicha de los cántaros.

(2)  - Mesa rústica de tablones.

(3)   - Guiso horneado bajo tierra

(4)   -  Esófago

(5)  - Fibra que se obtiene del tallo de la planta del mismo nombre y, también del cerezo

(6)   -  Panes con mucha manteca y chicharrones molidos.

 La Primeriza

 

            _¡Mama, me han agarrau ligeras!, consulto Barbarita, cuya delgada figura no dejaba presumir su avanzado estado de gravidez.

            La madre confiada en esta apariencia, y no obstante hacer casi un año del matrimonio de la joven, creyéndola de “cinco meses”, le contestó_ ¡Dejuro que es chucaque, hay que llamar a ña Tiotista pa que te quiebre el chucaque, o te componga si es entrada de mes.

            Al llegar la entendida en estos menesteres, después del examen sentenció:

            _¡No es chucaque, parto es!. ¡Y cuando es con ligeras, ligero es!.

            Luego recomendó_ ¡Que no se acueste porque se endura el parto, y cuando es primeriza...! ¡Hum! Exclamó guturalmente poniéndole la carne de gallina a Barbarita.

            _¿Y el hombre?, añadió como queriendo husmear en el ambiente familiar.

            _Bajó temprano a comprar el recau.

            _¡Ojalá traiga pulpa!

            Capaz que no, porque como ayer que estuvo por Samán se cazó un venau, ahí tenemos harta carne...

            _¿Venau?, y ¿tí comites?

            _¡Usté sabe, ña Tiotista que la embarazada se antoja de todo...!, se disculpó la madre.

            _¡Fuuuuuú, dijo la partera con cierto ademán, como si ya estuviera recibiendo al recién nacido.

            _¡Alístenle la cama con su pellejo de carnero; lo mismo el agua hervida, los trapos pa la solera y lo demás...Ya regreso, voy a sacar una ropita que he dejado en el hervido. Si le apura el parto, me llaman.

            A solas con su madre, y al parecer de muy buen humor, Barbarita procuraba ayudar en los preparativos, pero cuando ya los dolores empezaron a mortificarla seriamente, empezó a gemir.

            Salió doña Canducha a la puerta de la choza, y por no dejar sola a la muchacha, de ahí nomás empezó a gritar: _¡Ñaaaá Tiotiiiistaaa... ¡La Bárbara ya está maluuuuuuca!.

            El eco, como malcriado chico que remeda a una vieja repetía en la soledad de la chacra._¡Uuuca!

            Al fin, del otro lado de la acequia salió la voz de otra mujer _¡Ya voy...!

Por una hilera de platanales, entre cuyas hojas pendían las cuculas, (1) apareció la partera demostrando en su andar mucha prisa y secándose las manos en el delantal.

            Adentro, sentada en una barbacoa y bañada en frío sudor gemía la primeriza: _¡Ay, mamitita, no más mundo!.

            _¡Curtida, ya te asistiré lo menos en veinte en partos...!

            La madre verdaderamente conmovida, secaba el sudor de la frente de la hija y alentaba con cristianos consejos sobre la misión de la mujer casada y el doloroso trance de la maternidad.

            Doña Teotista que, a falta de título profesional, representaba una experiencia de tres generaciones, de parteras en su familia, con bromas picantes dichas con voz autoritaria, creía así ayudar el proceso del parto y levantar la moral de la primípara.

            _¡Párate ahí, mujer, que te vuá sahumar!.

            Bajo el asiento de Barbarita fue colocada un lata colmada de grandes brasas y cubiertas de pedazos muy secos de cáscara de naranja, que despedían abundante aroma, humo y calor.

            La parturienta quería recostarse, pero, inmediatamente era cogida por las dos mujeres y obligada a permanecer de pié frente a la lata de brasas._ ¡Ya rompió la fuente!, exclamó alborozada, doña Tiotista. ¿No ha llegado el hombre?.

            Afuera se oyó uno como chasquido de besos, la voz característica con que los campesinos arrean a las bestias.

            _¡Bárbara!. ¡Ña Canducha! Entro un hombre gritando. Se asomó a la humilde pieza que les servía de alcoba y quedó en suspenso contemplando la escena._ ¿Has traído pulpa?, le interrogó la partera.

            _¡Sí, truje! Respondió tembloroso.

            _¡Pues, pártete tres bisteces bien grueso y ¡rápido! Que, a tu mujer le están faltando juerzas!

            La carne pedida fue inmediatamente asada en las brazas cercanas, y los sangrantes y tibios churrascos, puestos a modo de muñequeras en el lugar del pulso de la enferma. Un tercer churrasco le fue colocado en el vientre. Luego, fue traída una calabaza hueca llamada limeta, seguramente por su forma, en la que la primeriza se puso a soplar, cual si fuera globo para ayudarse en el esforzado proceso de abreviar el parto. Al fin después de emocionados instantes, la primeriza dio a luz “hincada”, soplando una limeta”.

            La sinfonía de chilalos, soñas y choquecos a la que también parecía de cuando en cuando agregarse el burro, con su potente y discorde rebuzno, de pronto se acalló, como señal de respeto ante esa humilde madre que acataba la maldición bíblica de parir un hijo con dolor.

            _¡Varón!_ el hermoso y moreno niño de abundante cabellera fue cogido por los pies y sacudidas con un palmazo sus nalgas en las que el azulado callanazo (2) pregonaba su cien por cien de peruano. La parturienta reía feliz.

            Un fierro largo, caprichosamente llamado zuncho, fue calentado al rojo y con él se cauterizó el ombligo del recién nacido, el que, luego bañado y vestido fue colocado en su hamaca improvisada con una sábana entre dos horcones. Inmediatamente se le puso en los labios un chupón de algodón embebido en miel de palo y aguardiente caña.

            Cumplida su misión de partera, doña Tiotista y luego de recomendar le den el chocolate de bola y el caldo de gallina a la parturienta se retiró; añadiendo: _A la noche, ña Canducha, me le pone a la parida, un parche de alhucema con sebo de toro, en la boca del estómago, para que no le den entuertos. También, me le echa sal en cruz en la coronilla y me le reza tres credos para evitar el sobreparto.

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(1)   Cuculas, Parte de la inflorescencia del plátano que no ha alcanzado a fecundar.

(2)   Callanazo, manchas azuladas que tienen al nacer en las nalgas los descendientes de indio.