Sullana, Piura, Perú

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Viernes, 25 Abril 2003

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Album de Estampas
 

Las Capullanas
Por Dr. Juan José Vega

Origen del Tondero y su evolución

Tradiciones y costumbres de Sullana, en estampas de Lola Cruz de Acha "La Capullana"

Historiadores, investigadores e editores de Sullana

Poetas y Narradores de Sullana

Músicos y compositores de Sullana

Folklore de Sullana

Pintores de Sullana

Platos típicos de la provincia

 

La Suyana

             _¡Aaaaaaajuaaaaaaán!

            _¡Aaaaaaajuaaaaaaán!

_Mandeeee!

_¡Pégale un silbido a la Suyana y dile que prepare almuerzoooooooo!

_¡Guenoooooo!

Las voces cruzando sobre el caudaloso Chira se destacaban, potente y autoritaria la del amo, chillona y triste la del siervo.

En la margen derecha del río, don José Santos, acaudalado mestizo y gamonal de Amotape, contemplaba a su peones desenjaezar las mulas y caballos.

_Levanta la “pellonera” (1) y alcánzame la rosca de “guañas” (2).

Con un afilado puñal que siempre portaba al cinto, cortó un pedazo del tamaño de un puro y púsose a fumar.

_¡La canovaaa!

La canovaaaaa! Empezó a pedir a gritos.

Tras un recodo del río, oculto por unos sauces, apareció un hombre remando en la canoa.

Don José Santos en viendo al indio agachado, como haciendo puente entre la orilla y la canoa para evitarle saltar o mojarse las botas, clavó una espuela en la nuca del infeliz, y sin preocuparse de si éste salía a flote, subió a prisa con sus hombres que, temerosos de la ira del amo, continuaron remando unos, y los demás cogieron de las bridas a los animales que siguieron a nado junto a la embarcación.

Al llegar a la otra orilla, amarraron la canoa a un sauce, y cabalgando nuevamente subieron por el barranco hasta llegar al caserío La Punta.

Los perros, que con sus ladridos saludaban a los forasteros, fueron espantados con piedras y palos.

_¡Pasa!... ¡Pasa...!

_¡Suyana...! ¡Suyana! ¿Acaso no vive aquí la Suyana?

De la ramada salió la Suyana contoneando sus caderas de chichera y agitando sus orejas alargadas por grandes y pesados aretes de oro.

_¡Buenos días, mi señoría! ¡De suyo soy, Suyana me llaman, para servir a mi señoría!

Halagado el visitante al oír el saludo acostumbrado entre la Suyana y sus conocidos parroquianos, palmeóle los hombros con familiaridad, a tiempo que le decía:

_¿No ha llegado Doña Elvira?

_No, mi señoría. Tan digna dama, aún no se ha apeado por esta humilde posada.

El caballero, por distraerse, dirigióse a un costado de la choza, donde en típicas jaulas de calabaza, había varios ejemplares de los llamados pericos serranos, que al verle empezaron a gritar. Dedicóse entonces, como hacía siempre que llegaba, a enriquecerles el vocabulario loríl con soeces palabras castellanas.

Después del opíparo almuerzo preparado y servido por la misma Suyana acostóse en una hamaca a terminar de beber el contenido de una damajuana traída de sus alforjas.

A poco, ya la posada estaba repleta de viajeros que bulliciosamente, hacían honor a las viandas y a la chicha que daba fama a la Suyana.

Las barraganas de unos caballeros venidos de San Miguel de Piura, gangosamente cantaban:

                        “Si la Reina de España muriera,

Carlos V volvería a reinar,

correría la sangre española

como corren las olas del mar”.

 

            La Suyana conforme servía, iba recogiendo las libras y los soles con que le pagaban sus atenciones los ricos asistentes.

                        La libras eran de oro,

los soles eran de plata;

un peso era de ocho reales

y un cuarto de cuatro reales.

Pesetas, reales y medios

toditos eran de plata.

Había picaus de a peso

Y había picaus de a cuatro,

Percalas de a real y a medio

“vichías” de a tres centavos,

de a peseta las muñecas,

buenas guaguas de marfil”

 

            _¡Mudito...! ¡Mudito...! _gritó la Suyana_. ¿Compraste el peso de chivos?

El aludido y silencioso compañero de la Suyana, demostrando no ser sordo, explicó con gesto afirmativo señalando un atado de cinco cornúpetas de mediana edad.

            Don José Santos, con la vista empañada por el alcohol, pareció tener una desvariada y quijotesca visión sobre el mudo.

            _¡Vive Dios_ saltó de la hamaca dando tumbos y, al enderezarse, de puntapiés al infeliz.

            Los asistentes lejos de socorrer al mudo, con regocijo ayudaron en la paliza hasta dejarlo tendido en el suelo.

            _¡Suéltenme al hombre! _gritaba la Suyana_ ¡Cuidau lo malogran que es mi marido, el que me ayuda y me acompaña!

            Tan triste diversión terminó cuando, sangrante el mudo, fue cogido de pies y manos y, apelotonados todos bajaron rodando el médano hasta arrojar al río al infeliz, cuyos salvajes gemidos silenciaron las turbias aguas.

            Satisfechos los señoritos, creyeron conveniente retirarse cada cual con su gente, quedando la Suyana con los indios y las indias, sus iguales.

            _¡Blancos malditos! ¡Desgraciados! –gritaba como endemoniada_ Ya van tres veces que me dejan viuda. Este es el tercer hombre que me matan... ¿Dónde hallaré otro como mi mudito? ¿Quién me rajará la leña? ¿Quién me cargará el agua? ¿Quién me matará los animales?

            Extenuada la Suyana, se tendió en la pampa donde la oscura noche la sorprendió. Con los ojos muy abiertos miraba hacia arriba, las estrellas titilando en el cielo, le parecían inquietos piojitos de gallina sobre una manta negra.

            Al amanecer y portando un cántaro de chicha, bajó a la orilla del río donde la esperaban en la canoa sus amigos para buscar en el agua el cuerpo del apaleado y ahogado mudo.

            _¡Larga la “lapa” (3) al agua!_ ordenó mordiéndose los labios.

            Dentro de la lapa iba la ropa del difunto y bien asegurada, una vela encendida.

            La lapa partió veloz llevada por la corriente. A veces, saltando, parecía zozobrar en un remolino, pero, impulsada por misteriosa protección, seguía el curso de la corriente.

            _Padre nuestro que está en los cielos_ rezaban los navegantes, siguiendo a la lapa desde la canoa.

            La Suyana, de pie en la embarcación, con una vincha, los cabellos flotando al viento y, asperjando chicha en el río, parecía una morena walquiria.

Al fin la lapa empezó a dar vueltas en torno de un solo punto. Al momento un voluntario se sumergió en el río, extrayendo poco a poco el horroroso cuerpo del ahogado, cuyas extremidades inferiores habían empezado a ser pasto de los lagartos.

_¡Jesús! ¡Virgen del Carmen! ¡San Lucas de Colán!... gritó despavorida la Suyana.

Luego, recordando las salvajes costumbres de sus abuelos, los gentiles, pareció recitar: “Viuda que quiere marido, una muela del muerto dará de comer al que quiere por marido”.

Con ayuda de una piedra consiguió quebrar un colmillo del difunto, y lo guardó dentro del pecho, en la bolsita en que atesoraba su dinero.

Después de velar y de llorar al mudo en su rancho, le dio sepultura en el Panteón de la Punta, en la loma frente al río.

Al otro día, como predestinadamente, llegó a la posada el “niño” don Josesito, el joven hijo del malvado don José Santos.

La Suyana, tras de reducir a polvo, por secreto procedimiento de los indios, el colmillo del mudo sazonó  con el mismo un sabroso potaje que, con el apetito de la juventud, devoró el “niño”.

Fue así, como la Suyana llegó a ser la engreída del niño Don Josesito. Las comodidades y halagos de su nueva posición, hiciéronla aprender a escribir, aunque ella, indiferente a la ortografía, empezaba así sus cartas:

                        “LLO SULLANA....”

___________________

(1)   - Pellonera, pellejo de vicuña que formaba parte del recado de montar.

(2)   - Guañas, especie de cigarro puro, hecha con hojas de tabaco sin lavar.

(3)   - Lapa, mitad de calabaza, redonda y ancha, como plato grande.

 

“Pedido de mano y cambio de aros”

 

                                    “Señorita Fulanita de Tal:

Tomo la pluma en la mano

para desearle buena salud,

Después de saludarla

paso a decirle que,

desde que la ví la amé,

¿qué me dice usted?

Desde que la ví la quise,

¿qué me dice, qué me dice?

Le escribo, pero no firmo

porque no corra mi fama.

Negrita, el que escribe

ya sabes cómo se llama:

El fulanito de Tal

 

            Después de consultar durante varios días un librito titulado “El Secretario de los Amantes”, Tranquilino Chiroque consiguió escribir esta misiva adornada de muchas faltas ortográficas y mayúsculas intercaladas en las palabras. Primorosamente la dobló como una pajarita de papel y esperó que llegara la noche para entregarla a la guapa destinataria, Baltazara Pulache.

            Apenas anocheció, pusóse desde la esquina a atisbar la puerta de la casa de su amada, entonando el silbido característico “Por fin te veo”.

Como a un llamado apareció Baltazara y, conforme acostumbran hacerlo todos los vecinos del barrio, sentóse al borde la acera.

Con cierto disimulo, Tranquilino avanzó y al pasar arrojó la carta en el ragazo de la moza.

Pero, en ese preciso instante, surgieron de la oscura puerta nada menos que tres cabezas que le miraron feroces como de cancerbero y empezaron a gritar: _¡Empúñenlo! Atájenlo! ¡Agárrenlo!._

Al oír estas voces desesperadas y comprendiendo que se referían a él, Tranquilino echó a correr. Instantáneamente salieron de las casas bandadas de hombres, mujeres, niños y perros, quienes, con regocijo emprendieron su persecución. _¡Se iba robando una muchacha! ¡llamen a un guardia!_

Tranquilino seguía corriendo con toda la velocidad que le permitían sus jóvenes piernas y, como en una pesadilla, se sentía perseguida por una horda de demonios. A tientas en la oscuridad saltaba entre charcos y basurales. Cuando ya se creía a salvo trasponiendo el barrio de La Pampa de la Gallina, tropezó con una piedra y cayó de bruces sobre el muladar.

Fuertemente lo cogieron de los brazos, resultando vanas sus patadas y escupas. Al conseguir soltar un brazo dio un manotón; entonces unas huesudas manos lo abofetearon y, por el llanto que oyó a continuación supo que eran de una vieja.

_¡Le ha pegado a un mayor!_

_¡No me ha pegado; peor me ha faltado en mi honor! ¡Ay Taitita, tanto me he cuidado!_

_¡Qué tal belitre!_

_¡Llévenlo donde doña Santitos!_

Después de arrestarlo como a una pieza grande cacería, lo entraron a la casa llamando _¡Comadre, comadrita! ¡Comadre Santitos, aquí está...!

Señalándole a una mujer, con voz queda y sibilante le informaron _¡Ahitá doña Santitos!_ La aludida púsose de pie mostrando su gran talla en contraste con su nombre. Lucía una blusa blanca, falda negra, muy vueluda y almidonada, bajo la cual y al caminar la tira bordada de la enagua ronroneaba contra el suelo.

Empezó a interrogarlo: _Jovencito, ¿Cuáles son sus intenciones?

Nervioso Tranquilino y ya libres los brazos, empezó a hacer sonar las articulaciones de los dedos de la mano. Ocho veces seguidas se oyó ¡trac!

_ Jovencito, ¿cuáles son sus intenciones?_ lo apremiaba la mujer.

_¿Quién, yo? ¡Esteeé... Estooó...!

Los pulgares rebeldes, negábanse a sonar. Al fin macabramente, tronaron, satisfecho de este triunfo, tomó aire y contestó:

_¡Claro, casarme!

_¿Su apelativo de pila?_

_Tranquilino Chiroque_

_¿De dónde saca el pan con que subsiste?_

_Soy fotógrafo ambulante_

_¿Tiene madre viva y padre vivo?

_Son finaditos_

_¿De qué lado es usted?_

_Soy de tierras lejas...

_¿Cuántas vidas debes?_

_Nomás me he desgraciado dos veces..._

_¿Ya te dieron de baja?_

Ante su silencio exclamó asqueada. _¡Fúche, sos más pior que una jañapa (1) ¡Sos más pior que un güisco! (2). Luego, autoritariamente terminó el interrogatorio alternando el tuteo entre solemne y despreciativa: _Bueno, joven, usted acaba de pedir la mano de mija, diciendo que es su voluntad casarse con ea mija. Mañana mismo, mande usted a hacer dos sortijas de oro macizo que, el domingo hacemos el cambio de aros. Además, ya sabes, tienes que correr con el gasto para sus alimentos; porque el que es hombre de veras, atiende a la que va a ser su mujer desde el día del pedimento, de la sal al agua...!

_¡Pobre de ti como no cumplas, porque te entrego a la justicia...!

_Ahora, ¡Váyase a su casa con mi marido que es gobernador y entréguemelo, en prenda de amor para mi chica, la máquina de retratar!_

                                    _____________

Puesto en trance de mantener a su novia, Tranquilino Chiroque, tuvo que entregar diariamente cinco soles para tal fin. De sus modestas pertenencias tuvo que empeñar hasta el catre para reunir el dinero que importaban los aros. Felizmente que, doña Santos consintió en devolverle la máquina fotográfica y en aplazar 15 días la ceremonia del cambio de aros.

Llegado el día y conforme a las instrucciones impartidas por doña Santos por intermedio del llamado gobernador, Tranquilino acudió a la casa de la novia a la hora convenida, las diez de la noche.

La casa desde lejos resplandecía por las luces de las linternas de gasolina.

En actitud grave y silenciosa estaban los invitados, entre ellos sus amigos y colegas de oficio, el Retaco, Manuelito toma tu leche, Pedro Cé, Piojo de Burro...

Al verlo, doña Santos avanzó hacia él resueltamente y le hizo un gesto autoritario con la mano reclamándole dinero. Intentando defenderse, el novio se hizo el tonto. _¡Desgraciado! ¿Qué piensas convidar a toda esta gente que te honra con sus asistencia por tratarse del cambio de aros con mija que en mala hora te la compromisié?.

Como siempre, amedrentado por la actitud amenazante de la mujer y las miradas oblicuas del gobernador que nunca retiraba las manos de la cintura, donde le brillaba un arma blanca, pacientemente, entregó todo su dinero, el que, con furia, recogió la mujer murmurando _¡Muerto de hambre! ¡Dame las sortijas!.

Luego llevó los aros a una mesa y, en un platito de vidrio, púsolos a velar como a las armas los antiguos caballeros andantes.

Tan sólo a la vista del alcohol cundió la alegría, de la que pareció participar también un “pick-up” empezando a amenizar la fiesta.

Caminando al compás de un mambo que lloraba con maullidos de gato cuando le pisan la cola, apareció la novia bajo una frondosa mata de cabellos sueltos que relampagueaban por el efecto de dos onzas de brillantina.

_¡Ya, que cambien los aros!

El cambio de aros al igual que el “pick-up”, son nuevos en las costumbres de nuestro pueblo. Con el primero se pretende imitar a gentes encopetadas, pero como son todas las costumbres que, del salón descienden a la jarana, resulta en cierto modo una ridícula parodia. En cuando al “pick-up”, inevitablemente ha venido este artefacto moderno a ocupar el vacío dejado por el que otrora fuera el popular piano ambulante.

Desde la mesa en que se velaban los aros, doña Santos con solemnidad impuso silencio. Fueron llamados los que iban a apadrinar la ceremonia, dos ricachos del barrio y, puestas en sus manos dos cintas blancas. El otro extremo de las mismas fue cogido por la mano izquierda de los novios, mientras que, en la derecha se le puso a cada uno, una vela encendida.

De rodillas ante sus padres, Baltazara solicitó: _¡Madrecita, padrecito, deme usted su bendición!_

Doña Santos con aire matriarcal, hizo la señal de la cruz sobre la cabeza de su hija. Con mano temblorosa, el padre hizo lo mismo, secándose una lágrima con el raído puño de su camisa...

Luego, el padrino y la madrina entregaron los aros al novio y a la novia respectivamente, quienes hicieron el cambio entre sí.

Por primera vez, Tranquilino vio sonreír a la madre de su novia, _¡Ahora sí, serrano piquiento, no te escapas: ya estás sembrado!_

Alentado por esta sonrisa, llevó a su prometida a sentarse a un extremo de la pieza, tratando por diversos modos de entablarle conversación, pero como ella permanecía seria y muda, aprovechó que la caperuza de una linterna cercana fallaba y le dio un pellizco en las caderas, a lo que ella respondió entre alegre y alarmada. _¡Cuidau lo ven...!

Mientras los novios entablaban un coloquio, algunas viejas de las muchas que había en la reunión, muy cerca de ellos empezaron a charlas como para ser oídas por los mismos.

_¡Al fin doña Santos encontró quien se haga de su hija!_

_Sí, porque quien no la conoce no sabe que es picada del aire.

_Sí, le da el accidente._ Terció otra.

_¡Han asustau al serrano! ¡Ver que el hombre no es ni gobernador!_

Tranquilino entonces observó el collar de chaquiras de huaco, especialmente indicado por la ciencia popular para ahuyentar el terrible mal de la epilepsia a que aludían las chismosas. Embriagado por el alcohol y el olor avinagrado que despedía su novia, mucho más fuerte que el ácido acético, lo consideró digno perfume de la esposa de un fotógrafo ambulante; se dijo que no le importaban las habladurías de las viejas y se sumió en un mundo de dicha acariciándola con audacia.

_¡Serrano, modérate!_ lo llamó al orden doña Santos.

Con hipócrita sonrisa, Tranquilino la miró, mientras pensaba:

_¡Chola bandida, ya voy a apresurar la boda para que no me sacrees ni fastidies tanto; pero, en cuanto me haga de tu hija, de la primera paliza que te dé, te dejaré quietecita!.

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(1)   - Jañapa o jañape – salamanqueba.

(2)   - Güisco – gallinazo.